Cronologías (inicial;final): 1928;1930
El gran edificio de ladrillo de dos plantas que actualmente conocemos, flanqueado por sus torres y que aún hoy sigue siendo la imagen representativa del Balneario y de Lanjarón, se construye a finales de los años veinte. Se trata del nuevo edificio de manantiales medicinales que se construye entre 1928 y 1930. La planta baja estaba formada por un amplio salón que albergaba las fuentes medicinales a las que acudían los "agüistas" y sus acompañantes.
Solamente el manantial "Capuchina" quedaba fuera de este recinto, por encontrarse ladera abajo, para la cual se construyó un volumen propio que la albergara. La planta alta se destinó a lujosa sala de fiestas y baile que, según consta en su inscripción en el registro, era "un gran Salón Bar Casino, montado este con todos los adelantos modernos, tanto en su construcción como en el decorado". El elemento de comunicación de ambas plantas es una lujosa escalera de mármol que arranca desde el centro del salón de planta baja.
Además, conforme pasan los años, se continúa modernizando las instalaciones de baño dotándolas de las últimas tecnologías de época. En la fachada este de este edificio principal aparece, a mediados de los años treinta, una gran terraza-jardín que sirve de espacio previo de entrada y posteriormente comunicará con otros edificios de baños e instalaciones.
Al exterior, el edificio, construido en ladrillo, se presenta modulado gracias a unas pilastras cuadradas también de ladrillo que recorren en edificio verticalmente, y lo dividen en paños en los que se abren, en planta baja, grandes huecos adintelados acristalados, uno de los cuales se convierte en un acceso al edificio. En planta alta, se abren huecos en cada paño, también acristalados, coronados con arco de medio punto, excepto en el paño donde se sitúa el acceso, en el que se colocan tres arcos, el central mayor que los laterales. Todo ello coronado con una pequeña cornisa sustentadas por canes de ladrillo en la que apoya la cubierta a dos aguas de teja curva del edificio.
Las torres, de tres plantas, situadas en las esquinas este y oeste del edificio, presentan arcos de medio punto en cada fachada de planta baja; en planta intermedia, un arco de medio punto sustentado por dobles columnas cilíndricas y flanqueado por sendos pequeños huecos adintelados; la planta alta, es aterrazada, cerrada con una triple arcada, el hueco central mayor que los laterales. Las torres se coronan con una cornisa sustentada por canes de ladrillo en la que apoya la cubierta a cuatro aguas de teja curva de este volumen.
Una obra fundamental en el levantamiento y mantenimiento de estas nuevas construcciones fue la que llevó a cabo un joven ingeniero, Jose María García Nájera, que proyectó y construyó ocho diques sobre el Barranco del Salado, donde se apoyaba el nuevo Balneario. Gracias a ellos, (el dique inferior tiene una base de trece metros de espesor, una longitud de cincuenta y una altura de diecisiete metros) estas edificaciones se asentaban sobre terreno sólido y firme.
Posiblemente esta época, la de los años veinte y treinta, representen la época de mayor esplendor del Balneario de Lanjarón, asentándose definitivamente como destino de multitud de agüistas y veraneantes y desarrollándose en torno a él multitud de servicios para acogerlos, como hoteles (en 1935 ya había nueve diferentes), restaurantes, cafeterías, etc.
El origen del Balneario de Lanjarón se remonta a finales de siglo XVIII, cuando se descubren las aguas de Lanjarón y sus propiedades curativas. En el año 1774 el agua del manantial "Capilla" empezó a ser utilizado con fines terapéuticos y, a partir de él, se empezaron a gestionar y explotar el resto de manantiales que se encontraban en las inmediaciones de la zona.
En el siglo XIX la explotación pasa a propiedad de la duquesa de Santoña, que lleva a cabo algunas obras de ampliación, como la instalación de baños termales y la adecuación para el uso apropiado de las fuentes. Empiezan a aparecer hoteles para albergar a los visitantes que venían recomendados por sus médicos para tomar las aguas y el pueblo de Lanjarón poco a poco se va convirtiendo en lugar de veraneo de la burguesía andaluza. Algunas de las obras realizadas no llega a buen puerto, debido al carácter complicado de las tierras en las que se asentaban, de naturaleza movediza, debido a las aguas subterráneas.
Es a finales del siglo XIX cuando la familia Carrillo, oriunda de Santafé, se hace con la propiedad de las aguas de Lanjarón. Compran además varias fincas colindantes para no tener problemas en una futura ampliación del balneario. En este momento se llevan a cabo obras de remodelación y modernización de las instalaciones existentes y la consolidación de los terrenos movedizos, así como la construcción de nuevos volúmenes para el baño y la bebida de agua. Es en esta época cuando se promueve también la venta de agua embotellada que pronto se vendería en la capital. Todo esto hace que cada vez más Lanjarón se convirtiera en punto de mira de empresarios que abrían hoteles, fondas, comercios, cafeterías, etc., ligados a la actividad turística y dotando de impulso económico a la localidad.
En la primera década del siglo XX, uno de los componentes de la familia Carrillo, José Carrillo (1895-1957), se hace cargo de la gestión del Balneario, continuando la labor de expansión ya iniciada. Es en los años cuarenta cuando la etapa de la familia Carrillo concluye en relación al Balneario de Lanjarón. Tras la muerte de sus propietarios, la gestión pasa a manos de otro vecino de Santafé, Manuel Gallardo Torrens, que adquiere además otras fincas colindantes, estableciendo así la explotación de las "Aguas y Baños Minero Medicinales de Lanjarón".
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