La experiencia fruto de nuestra (des)ubicación, situación y formación se convierte en la principal referencia de nuestra mirada. Huir de ella es como esconderte de ti mismo. No es localismo, es personalidad.

Me interesa lo imprevisible, cambiar de traje para cada proyecto. Más allá de la búsqueda de una coherencia estéril, y la falsa seguridad de un rígido lenguaje propio, encuentro un interés inusitado en la situación concreta y en el momento particular, sin apriorismos, sin presunciones. No es falta de carácter, es reinvención continua.

Me interesa la falta de heroicidad en arquitectura, entendida como esfuerzo innecesario, como construcción de libro Guinnes. La naturalidad, la facilidad y la diversión actúan en contra de la manida figura sufridora del arquitecto artista. No es falta de radicalidad, es otra forma de buscar lo intenso.

Me interesa el compromiso con la realidad, con la complejidad presente en lo contemporáneo. Se trata de eliminar las distancias entre arquitecto y cliente, entre arquitectura y usuario, entre profesional y otras disciplinas, entre la construcción y el medio, entre la oficina y el taller, entre lo comercial y lo subversivo, entre lo superficial y lo profundo. No es falta de idealismo, es soñar despierto.

Me interesa lo que le interesa a otros, copiar es personalizar, sin tapujos. Todo (o casi todo) está inventado, así que el desplazar, pervertir, superponer, unir, seccionar, estirar, mutilar, son herramientas para el desvío imaginativo de procesos, técnicas, lugares y proyectos. No es falta de originalidad, es una forma de aprendizaje.

Me interesa la universalidad local de las canciones de Bob Dylan, la densidad y el misterio de Gotham City, la divertida tecnología presente en los accesorios de James Bond, la visceralidad de Hendrix y Camarón, el desorden del estudio de Francis Bacon, la improvisación de un buen DJ, la fuerza de Marlon Brando, el talento burlón de Maradona, el aire asfixiante de las películas de David Lynch, la sencillez y tranquilidad de un pueblo castellano, el bullicio de Roppongi en Tokio, el desenfado del Manga, el juego-texto de Cortazar, lo mucho que sabía un ciego como Borges, la ironía de Duchamp y el placer de una tarde de cañas en el Albaicín…