La vivienda social, tradicionalmente, ha sido un problema de mínimos. La reflexión sobre la misma se ha centrado en una optimización de superficies mínimas, presupuestos mínimos, localizaciones mínimas, habitantes mínimos.
Sin embargo, vivimos en una cultura de máximos. La nueva sociedad red globalizada está ya extraordinarimente acostumbrada a la ausencia de límites. Una sociedad que de la mano de la revolución tecnológica ha alcanzado un alto grado de acceso a los gestores de información, mercados bursátiles on line, televisión digital a la carta, mp3´s y mpg´s gratuitos en tiempo real.
Vivimos en una cultura donde lo mínimo, paradójicamente, es máximo. Máxima capacidad de almacenamiento digital en el más diminuto chip, mayor versatilidad de telefonía móvil con el menor espesor y peso, mayor volúmen de coche con el menor tamaño y precio.
Para nosotros, en el contexto contemporáneo, la vivienda social no es una cuestión de mínimos, sino de máximos. La vivienda social, más que cualquiera otra arquitectura, precisa dar el máximo con el mínimo; No con el mínimo el máximo, sino mínimos y máximos al mismo tiempo, en relación copulativa y no implicativa.
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