El ejercicio que nos ocupa nos propone proyectar una capilla laica, un lugar para la meditación serena. Un soporte construido que no debe propiciar la euforia como en los casos anteriores, sino servir de catalizador para alcanzar un estado de trascendencia: la ATARAXIA.

Existen dos emplazamientos coincidentes en el espacio pero radicalmente distintos en su forma que deben ser tenidos en cuenta para poder decidir la posición de la capilla: el actual solar en obras, y el futuro parque público.

La capilla como ascensión

Se plantea una capilla no como un espacio, sino como un tránsito, un recorrido ascendente, de ida y vuelta, de paulatina desconexión con el entorno circundante y reconexión con el mismo en una posición elevada. Adentrarse en la oscuridad para ver de nuevo la luz.

Tras adentrarse en la masa de hormigón armado que forma la torre, el visitante inicia un ascenso a través de una escalinata en espiral, cuya sombra densa se disipa únicamente debido a la luz que se asoma a través de los huecos que perforan los gruesos muros del monolito. Durante el recorrido, éstas grietas se configuran como único contacto con el exterior; aproximándose al entorno mediante visiones distantes, parciales e inconexas, como fotografías sobre la pared.

A medida que se sigue subiendo, estas visiones se van haciendo cada vez más escasas, y súbitamente, tras este umbrío aislamiento, se descubre un púlpito en la parte superior. Una plataforma que nos aleja de la ciudad al mismo tiempo que nos permite asomarnos por encima de las manzanas del Eixample y atisbar el mar.