Si debemos escoger una obra que represente mejor, resuma y ponga punto y final a un período de pseudobonanza económica en nuestro país, ligada fundamentalmente a la construcción, nos viene rápidamente a la mente este proyecto. Cuando además se elige “unfinished” como título para el concurso nos vemos más que tentados a construir un discurso en referencia al futuro de esta obra.

 

Nuestra generación ha nacido y se ha educado en un mundo posmoderno, el mundo del hedonismo y la autorealización pero también el mundo, según Foucault, de la muerte del hombre. Primero Dios había muerto y el hombre era ya libre de afrontar su propio destino pero quizás aun no estaba preparado para ello y sucumbió a su ignorancia. He ahí el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de nuevos Dioses. Mentes brillantes y plagadas de intelectualismo filosófico que nos hablan de un mundo nuevo y envenenan nuestras mentes mientras  logran su objetivo, escalar puestos en el nuevo Olimpo de la arquitectura.

 

Si a todo esto añadimos un país pobre que vive una época de bonanza no es extraño que se comporte como los nuevos ricos y malgaste el dinero de la cultura en el mayor monumento a la incultura jamás construido en nuestra tierra.
 

El dilema es enorme, por una parte hemos gastado unas cantidades ingentes de dinero en su construcción parcial y por otro lado su calidad constructiva es pésima y su mantenimiento es un auténtico coladero de dinero público que no va a tener fin. Por eso nuestro planteamiento es sencillo. Un proyecto que nació con la idea de adaptarse al entorno de una forma tan naif no alcanzará su fin hasta que la naturaleza se apodere completamente de el. Debemos dejarlo morir, tenemos en este caso una oportunidad no constructiva si no destructiva. Desconstruir lo deconstruido para la construcción, esta vez si, de un hombre nuevo.