La necesidad de acometer los trabajos con un muy bajo presupuesto de ejecución obliga a una necesaria pero finalmente agradecida contención formal del edificio. Una caja blanca, sencilla, sin alardes, desnuda y tallada con mimo para permitir la entrada de la luz y mirar al exterior, una caja abstracta que cede su protagonismo a un muro perimetral desaliñado, imperfecto, casi ruinoso que arropa el edificio. Un muro, que arropa un jardín secreto y misterioso que nutre el interior de la caja blanca.
Todo ello sucede en municipio pequeño, con apenas 300 habitantes, cuya imagen queda compuesta de forma desordenada a la vez que atractiva por muros de piedra nutridos por la sierra de las Poyatas, tapiales y ladrillos envejecidos y cubiertos de musgo. Un pueblo sin muchos recursos pero sobrado de entrega, ilusión y compañerismo. Un pueblo que nunca escatimó en esfuerzo a la hora de levantar una vez más las paredes de sus hogares y los de sus vecinos tras las heridas de la Guerra Civil.
Un pueblo idóneo para pedirle a la gente una vez más su apoyo. Así nace este proyecto, de una idea que inmediatamente es arropada por el Ayuntamiento y la Parroquia: resolver un edificio con unos mínimos recursos económicos e invitar, mediante la organización de actividades municipales, a reunirse todo el pueblo para, poco a poco, alzar una tapia con sus propias manos. Una tapia carente de la más mínima homogeneidad, en sus materiales, en su colocación. Una tapia imperfecta, ruinosa, pero a la vez tremendamente hermosa en su imperfección y ruina. Como un cofre desenterrado, como un muro abandonado que sobrevive al paso del tiempo y recoge en su interior un hermoso jardín secreto donde vegetación e iluminación le confieren una textura rica en luces y sombras. Un lugar rebosante de nostalgia y sentimiento donde despedir a los suyos.