El edificio afronta su lugar de ubicación (periferia de la ciudad, fracturada por el trazado del ferrocarril) realizando una fuerte apuesta por una arquitectura singular que enfatiza el lenguaje de sus fachadas sin dejar traducir al exterior la tradicional condición menor del uso fabril que lo hace nacer, con lo que pese a las vicisitudes de su construcción, se logra una arquitectura de fuerte presencia, capaz de asumir las recientes transformaciones (1990-92,
Miguel Lamas Zapata) que lo han derivado a un uso administrativo de fuerte carácter representativo como sede del IFA. El edificio se levanta para Enrique Ramírez Pérez entre 1908 y 1910, con ampliación entre 1919-1920, habiendo señalado Víctor Pérez Escolano la pervivencia de elementos secesionistas en el mismo.
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