Federico García Lorca desembarca en Nueva York el 25 de junio de 1929. Permaneció en Estados Unidos durante 9 meses aproximadamente. De esa experiencia nacería Poeta en Nueva York, un recopilatorio de “poesía amarga, pero viva” [1]según propias palabras del autor. Como el mismo explica en la conferencia que dio el 16 de diciembre de 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, su ejercicio consiste en la “reacción lírica con toda sinceridad y sencillez” ante la ciudad de Nueva York.
Federico García Lorca desembarca en Nueva York el 25 de junio de 1929. Permaneció en Estados Unidos durante 9 meses aproximadamente. De esa experiencia nacería Poeta en Nueva York, un recopilatorio de “poesía amarga, pero viva” según propias palabras del autor. Como el mismo explica en la conferencia que dio el 16 de diciembre de 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, su ejercicio consiste en la “reacción lírica con toda sinceridad y sencillez” ante la ciudad de Nueva York.
Treinta años después, otro poeta español, José María Fonollosa, iniciará también un proyecto literario con la ciudad americana como fondo y protagonista. Los versos que Fonollosa reúne bajo el título de Ciudad del hombre: New York tienen un origen mucho más incierto y, sin embargo, nos sitúan de manera mucho más específica en el contexto neoyorquino ya que cada uno de ellos lleva por título una calle, una plaza o un edificio de la Gran Manzana. No se trata, como podría llegar a pensarse, de una guía de la ciudad en verso. Nos encontramos más bien ante un gran retrato de la vida urbana contemporánea escrito desde un rabioso existencialismo brutalista.
Nueva York es para ambos poetas un escenario hostil. Para García Lorca, es la máxima expresión del capitalismo desbocado, de “la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos” [1]. Fonollosa la utiliza como abstracción. New York puede ser cualquier urbe en la cual se desarrolla el drama existencial del hombre occidental contemporáneo.
Se invierte en ambas obras el sentido clásico de locus amoenus que, en la poesía clásica, desde Virgilio a Boccaccio nos remite a un lugar idílico, refugio que nos aporta seguridad, calma. La ciudad contemporánea participa del universo lírico como escenario hostil, violento y desesperanzador.